jueves, 28 de junio de 2012

Encarnizamiento terapéutico y muerte digna



Por Rafel Velasco SJ (sacerdote jesuita) Rector de la Universidad Católica de Córdoba Argentina
 
Introducción

No pretendo en estas líneas establecer qué está bien o qué esta mal en un tema tan complejo; no pretendo tampoco decir a los médicos lo que deben hacer. Mi intención es más modesta: compartir algunas reflexiones personales a la luz de determinadas convicciones éticas y antropológicas. Reflexiones que espero sean un aporte para la formación humanística de futuros médicos y profesionales en ciencias de la salud.
“No mates a nadie”

Era el 6 de diciembre de 1936, en plena guerra civil española, cuando José María Gironella, adolescente, era llevado por su padre a la frontera con Francia para logar ponerse a salvo de la violencia. Cuando el joven fue revisado del lado francés, encontró en el bolsillo de su camisa una nota dejada a hurtadillas por su padre. La nota decía: “No mates a nadie, hijo”.
Llama la atención que en medio de la guerra el consejo de su padre fuera ese: No mates a nadie. Tal vez el contenido de esta anécdota pueda ser como la guía ética de la vida de todo ser humano: No mates a nadie.
Hablar de encarnizamiento terapéutico o ensañamiento terapéutico y de muerte digna, es abordar un tema complejo, que se enmarca en un contexto más amplio. La vida y la muerte son cosas serias, lo sabemos. Cuándo se ayuda a la persona a bien vivir y cuándo se la está forzando a prolongar un sufrimiento inútil, es una frontera a veces difusa y tenue. Otras veces es más clara y distinguible. La ley recientemente sancionada intenta dar algunas pautas.
Algunas complejidades

El tema es complejo y tiene muchas aristas. Se inscribe, por ejemplo, en el contexto de las luchas de laboratorios que dan muy buen dinero para probar medicamentos en enfermos, aún en enfermos que no tienen muchas posibilidades de sobrevida. Sabemos que hay mucha más flexibilidad en nuestros países en vías de subdesarrollo para aprobar protocolos, que en los países centrales a los que pertenecen los laboratorios que los patrocinan. En otras palabras, se puede experimentar más fácilmente en seres humanos en nuestras tierras, que en Europa o Estados Unidos. Eso es un elemento a tener en cuenta.
Hay también, entre medio, obras sociales que financian determinados tratamientos y otros no. Está el estado que también interviene; las apetencias de lucro y los principios más o menos laxos de los diversos actores de este proceso que involucra la salud de las personas.
Es parte de la cuestión, también, que el sistema de salud está cada vez mas precarizado. Al médico se lo considera un costo, una mercancía. Y que las drogas, que tal vez se han probado en seres humanos aquí, luego son inalcanzables para los bolsillos de la gente común.
Con estas cuestiones quiero señalar que los principios éticos no siempre se pueden abrir paso fácilmente en esta maraña de intereses. Un dicho antiguo dice que cuando el arquero practica por que sí, sólo tiene delante un blanco, pero cuando tira para ganar una medalla, tiene delante suyo dos blancos. La búsqueda de un premio se ha transformado en un blanco extra. Suele ocurrir lo mismo cuando se nos introducen intereses diversos a los objetivos que nos habíamos planteado, por ejemplo, al emprender una carrera o el ejercicio de una profesión. Puede ocurrir que se afrontó una carrera vinculada con el bienestar de las personas  para ayudar a que las personas vivan con salud, pero a lo largo de los años ese primer –y fundamental- blanco se nos oscurece, porque aparecen otros intereses que orientan ahora nuestras acciones.
El ejercicio de la medicina tiene una finalidad clara: aliviar al Paciente, es decir al “padeciente”. El ser humano sufriente es el destinatario de todo este esfuerzo científico y humano que es la medicina. La autoridad última del médico es la autoridad del que sufre. Pero si hay otros intereses en juego, otras exigencias y condicionantes… el blanco se hace borroso, o doble.

La pregunta fundamental

Pero entonces  la pregunta sobre el encarnizamiento terapéutico, sus límites y consecuencias debería tener como primera respuesta: hay que atender con sensibilidad a la autoridad del que sufre: el paciente. ¿De qué sirve prolongar un sufrimiento cuando ya no hay posibilidades ciertas de sanar a la persona? ¿Qué sentido tiene prolongar artificialmente una vida cuando ya no hay esperanzas de vida? Probar drogas nuevas o medios extraordinarios no siempre es signo de compasión, a veces es signo de empecinamiento o también de afán de lucro. Se hacen más caros los tratamientos y aunque lo pague la obra social y no los familiares que están sufriendo del lado de fuera de la puerta de la terapia, no es ético. Se llama robo. Manipulación humana para provecho propio.
La contracara es la de la muerte asistida, o suicido asistido, como se llama de manera eufemística a la eutanasia. “No mates a nadie”. Tampoco bajo una aparente compasión. La diferencia entre dejar que alguien muera en paz y hacerlo morir en paz es a veces muy difusa.
“No mates a nadie”, y “responde a la autoridad del que sufre”, serían como dos lámparas que pueden guiar nuestros pasos de seres humanos que caminamos entre algunas certezas y numerosas incertidumbres por este mundo maravilloso y terrible.
Ciencia y Persona

Hay también una cuestión epistemológica de fondo: El axioma de la modernidad de que lo complejo se descompone en partes simples y se explica por lo más simple, hizo –post Descartes y su “yo pienso”- que la filosofía fuera reduciéndose a la psicología, y la psicología, posteriormente fuera reducida a la fisiología y esta a las matemáticas. Con lo que el ser humano queda esquematizado en análisis clínicos, indicadores y números (90 de glucosa, 6,5 de ácido úrico, 10.000 glóbulos blancos, etc.).
Se habla de hacer “medicina basada en la evidencia” (suponiendo que la evidencia científica –es decir mensurable- es la más alta evidencia) Y, en realidad, la primera evidencia, es ese hombre o mujer padeciente que se acerca y se confía en un ser humano médico. Esta evidencia es la que se le escapa al análisis clínico, al diagnóstico estrictamente científico (es decir, numérico).
La primera evidencia –antes de toda otra evidencia científica- es ese ser humano sufriente, razón de ser de toda medicina y de toda ciencia humana. En descubrir en el padeciente a un ser humano, debe fundarse el arte de curar. Y en descubrir en cada ser humano un hermano deberían coincidir todas las ciencias. De lo contrario, no importa lo que hagamos o sepamos, seguirá siendo de noche. Seguirá la oscuridad de la deshumanización.
Una Luz en el camino

Cuenta una historia oriental que: “El Maestro interrogó a sus discípulos: ¿Cuándo termina la noche y comienza el día? Uno de ellos respondió: cuando a lo lejos puedes distinguir entre dos animales si es un burro o un caballo.
No, respondió el Maestro. Respuesta equivocada. Otro discípulo arriesgó: Cuando a lo lejos puedes distinguir entre dos árboles, si es un manzano o un árbol de peras. Tampoco, dijo el Maestro. ¿Entonces cuándo? Le preguntaron a su vez los discípulos. El respondió: Cuando miras a la cara a un hombre y descubres en él a un hermano. O cuando miras al rostro a una mujer y descubres en ella a una hermana. Ahí ha comenzado el día y ha terminado la noche. Si no eres capaz  de eso. No importa la hora del día que sea, aún será de noche.”

En medio de la noche de los diversos intereses que rodean el ejercicio de las ciencias de la salud –y otras profesiones también- es necesario tener al menos alguna luz que nos guíe. La propia conciencia es la luz más fiable. Escucharla o amordazarla es la opción. Dejarse inquietar por su voz o escaparse en racionalizaciones que a veces terminan justificando lo injustificable es la encrucijada.
Relaciones de empatía

No hay otro modo de establecer de verdad relaciones personales que desde la empatía. Desde la propia experiencia humana. La medicina es una ciencia, es también –de algún modo- un arte; pero sobre todo es una experiencia de humanidad. Un acto de compasión. La relación médico paciente es el centro de la cuestión.
Entonces, ¿cómo prolongar el sufrimiento, cuando se empatiza con el padeciente, es decir cuando ese sufrimiento se padece como propio? ¿Cómo animarse a disponer de la vida de alguien si esa vida nos afecta de alguna manera?
Rodolfo Kush decía hace algunos años, que  nosotros con nuestros utensilios (la tecnología) pensamos que hemos transformado la realidad, pero en verdad, sin esos utensilios descendemos un poco al despojo. Creemos que transformamos la realidad pero en definitiva nosotros hemos sido transformados por esa tecnología.
¿No puede llegar a pasar esto en el ejercicio de la medicina y otras ciencias? ¿No puede llegar a ocurrir que la confianza en la tecnología, en las drogas, en los tratamientos, termine erradicando a las personas?
Tal vez estas sean algunas de las preguntas a reflexionar entorno a este tema.

P. Lic. Rafael Velasco, sacerdote jesuita
Rector de la Universidad Católica de Córdoba, República Argentina.


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