jueves, 22 de abril de 2010

Descubren nuevos usos de un fármaco histórico


Científicos buscan aplicar la talidomida en malformaciones de los vasos sanguíneos.
Para la mayoría de la población, la talidomida está asociada a malformaciones en recién nacidos. El escándalo de los efectos adversos producidos por este fármaco en los años sesenta, cuando se usaba para combatir las náuseas de las embarazadas, todavía permanece vivo (en España las indemnizaciones para los afectados se aprobaron hace dos semanas). La talidomida afectaba a los fetos de dos maneras: bien que la madre tomara el medicamento directamente como sedante o calmante de náuseas o bien que el padre lo tomara, ya que la talidomida afecta al esperma y transmite los efectos nocivos ya en el momento de la concepción.
Pero el producto se resiste a desaparecer. Primero, como parte del tratamiento de la lepra. Ahora, como remedio para otro tipo de enfermedades.


Para tratamiento de hemorragias
Esta última aplicación fue publicada recientemente en Nature Medicine. Se trata de usarla en afectados de telagientacsia hemorrágica hereditaria (también llamada síndrome de Osler-Weber-Rendu). Esta enfermedad consiste en que las personas desarrollan unas malformaciones en los vasos sanguíneos, que los hace más proclive a romperse, ocasionando hemorragias.
En concreto, el estudio dirigido por Franck Lebrin (del Instituto Nacional de la Salud francés) midió la frecuencia de las epistaxis (sangrados nasales). En las personas afectadas estos episodios son “habituales", pueden afectar su calidad de vida" y “no tienen tratamiento". Pero parece que con la talidomida la situación mejora, ya que, al menos en ratones, se produce un fortalecimiento de las paredes de las arterias, lo que evita el sangrado.

El síndrome de Osler-Weber-Rendu es una enfermedad hereditaria poco frecuente (se da en una cada 10.000 personas). La Asociación HHT Española, que agrupa a los afectados, explica que sus primeras manifestaciones aparecen en edades tempranas: “El 46%, a los 10 años; el 70%, a los 20, y el 100%, a los 40, y suele aumentar en frecuencia e intensidad con el incremento de la edad".
En los casos más graves, los pacientes necesitan “transfusiones de sangre repetidas".

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