La transmite un insecto parecido al mosquito. Olvidada en los ’50, reapareció y afecta a nueve provincias argentinas. Transmisión, síntomas y prevención.
Los 20ºC que templaron la llegada de la primavera también preanuncian el arribo de otra temporada que tendrá como eje el combate a los insectos. El ministro de Salud, Juan Manzur, ya habló de la necesidad de continuar con las medidas preventivas para mantener a raya el dengue, sobre todo en las provincias del norte del país, las más cercanas a Brasil, Bolivia y Paraguay, donde ya se detectaron más de 600 mil nuevos casos de esa enfermedad que puede ocasionar la muerte. Pero este año, al tradicional mosquito Aedes aegypti –portador del virus del dengue y de la fiebre amarilla– se sumará a las filas enemigas el flebótomo, o como lo denominan quienes lo sufren, el jején. Es un insecto parecido al mosquito, aunque tres veces más pequeño (dos milímetros de largo), que “pica” como aquel y que puede ser portador del parásito responsable de leishmaniasis. La enfermedad, olvidada en los ’50, reapareció a fines de los’80 y ya está presente en nueve provincias argentinas.
Es una dolencia de difícil diagnóstico, que desafiaría al mismísimo Dr. House, el médico que personifica Hugh Laurie en la serie de Universal Channel. El proceso se inicia cuando la hembra del flebótomo “pica” a una persona o animal para absorber sangre, que necesita para sus huevos. En el momento, deposita bajo la piel el parásito que luego de un proceso se aloja en la sangre, de tal manera que cuando otra hembra pica a esa misma persona o animal, se infecta y el proceso vuelve a empezar.
En la actualidad, la leishmaniasis es endémica en noventa países del mundo y representa un serio problema de salud pública por su expansión: dos millones de personas enferman por año y otras 350 millones están en riesgo. Esta parasitosis avanza en el continente americano de norte a sur y ya se asentó en algunas zonas de las provincias de Misiones, Corrientes, Chaco, Formosa, Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca y Santiago del Estero.
La enfermedad tiene tres variantes y todas tienen cura: el diagnóstico y el tratamiento son gratuitos, tal como sucede con otras afecciones, por ejemplo, la tuberculosis. La más leve, la tegumentaria, ocasiona úlceras en la piel de difícil curación y que suelen dejar cicatrices similares a la de una quemadura. En la actualidad, debido al tiempo que ha pasado sin que se detectara, los médicos suelen confundir estas señales con cáncer de piel y demoran en llegar al diagnóstico correcto. La segunda variante, en realidad es un empeoramiento de la tegumentaria y se da cuando las lesiones se extienden a las mucosas nasal y bucal. Puede aparecer tiempo después de curar la variante cutánea. La tercera forma es la visceral, mucho más grave que las anteriores, ya que afecta la médula ósea, el bazo y el hígado, y sin tratamiento resulta mortal en el 90 por ciento de los casos. Provoca fiebre, pérdida de peso y un aumento del tamaño del bazo y del hígado.
En la Argentina la leishmaniasis se hizo fuerte durante la colonización de Misiones y siempre se la asoció a los ambientes selváticos, ya que quienes más enfermaban eran leñadores y deforestadores. Para 1950 se la consideró casi erradicada, pero cuando se eliminó la vegetación natural para expandir las explotaciones agrícolas, la variante tegumentaria regresó con brotes epidémicos esporádicos. En los últimos 25 años, el Ministerio de Salud de la Nación registró casi ocho mil casos de la variante tegumentaria, mientras que de la visceral hay constancia de 80 contagios desde 2006, año en que se detectó el primero caso en Posadas, Misiones. De ese total, murieron siete. Pero además, se descubrió que una especie del insecto se había adaptado al ambiente doméstico, alimentándose de gallinas, cerdos y perros. Los canes, en algunos casos, constituyen reservorios del parásito y pueden transmitir la enfermedad.
La situación preocupa a los especialistas, quienes a instancias de la Fundación Mundo Sano –que monitorea estos “males olvidados”– relanzaron la Red de Leishmaniasis de la Argentina (Redila). Fue después de seis años de trabajo conjunto de la Fundación, el Ministerio de Salud de la Nación e investigadores de ocho universidades del interior del país. Los científicos coordinarán, de esa manera, acciones médicas y geográficas tendientes a minimizar el impacto y expansión de la leishmaniasis.
El abordaje se dará en forma multidisciplinaria –desde biología molecular hasta antropología médica– y las primeras acciones serán de monitoreo en Clorinda (Formosa) y Tartagal (Salta), pero ya se trabaja en el desarrollo de insecticidas, telas especiales y trampas para estudiar la conducta de los flebótomos, que tienen hábitos nocturnos y pueden vivir, a diferencia de los mosquitos que necesitan agua, en patios de tierra.
Por eso en el noroeste de Misiones se presentó un proyecto de prevención, consistente en la impregnación de mallas mosquiteras y ropa de trabajo con insecticida, una iniciativa que además contempla la generación de un microemprendimiento para beneficio de los habitantes de la zona. Pero más allá de esta medida específica, la lucha contra este nuevo enemigo se dará con las mismas armas usadas en la batalla contra el dengue: uso de repelentes, mosquiteros y prendas de manga larga, la protección individual y el saneamiento ambiental, así como el cuidado de perros y otros animales domésticos.
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